El Barcelona se quitó un incómodo derbi de encima gracias a la voracidad de Luis Suárez y la inspiración de Iniesta y Messi. El uruguayo lideró el triunfo ante un buen Espanyol con un 'doblete' y Alba puso una sentencia que David López se encargó de cuestionar. Después apareció Messi y se acabaron las dudas. Porque con el argentino sólo existen certezas. La seguridad de que en tu equipo está el mejor del mundo. Y si él está por la labor es difícil, casi imposible perder.
Uno realiza su trabajo a la perfección, completa un gran partido y pone en apuros a todo un Barcelona en su casa. Ayudas defensivas, achique de espacios, basculación adecuada... y todo se va al traste cuando a un tipo de metro setenta le da por ponerse a jugar. Así de cruel, así de sencillo. Y cuando Messi baila, todos salen a la pista a divertirse. Si Leo se mueve, todos contienen la respiración. Si Leo conduce, las defensas tiemblan. Da igual la cantidad de piedras que aparezcan en el camino. Él no derriba muros, los rodea, los salta como el adolescente que pasa vallas de colegios para echar un partido improvisado.
Hasta que Leo apareció, como en los últimos derbis, el Espanyol fue capaz de convertir al
Barça en un equipo previsible y con poco ritmo. A los de Quique les faltó un punto más de atrevimiento para no quedarse simplemente en un equipo aseado y bien plantado en el plano defensivo. El Barcelona dominó por inercia y se abrazó a la pausa y el criterio de Iniesta, de nuevo capital en las acciones más trascendentes de los azulgrana.
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